
El Levítico, dictado, según las correspondientes creencias religiosas, a Moisés directamente por Dios, es el tercer libro del Pentateuco, primera parte del Antiguo Testamento de la Biblia cristiana y Torah hebraica. Este libro interrumpe los cuentos de la salida de Egipto para referir las leyes sobre los sacrificios, los sacerdotes, las fiestas, la santidad y la pureza legal de los israelitas. Una de las partes que más han llamado la atención es la que relata sobre los animales que se pueden comer y lo que, en cambio, siendo impuros, no se pueden comer. Tan impuros que sólo el acto de tocarlos te contamina convirtiéndote en impuro hasta el atardecer. Aquí, no podemos no pensar a los tabu polinesios y a las “prohibiciones rituales” de Radcliffe-Brown. En particular, Mary Douglas (1966) (alumna de Evans-Pritchard) se pregunta sobre la lógica que supervisa a esta clasificación puro-impuro de los animales en el Levítico. Douglas reconduce todas las interpretaciones dadas hasta aquel momento a dos grupos a los cuales pero, después, añade un tercer tipo de explicación. Una primera interpretación es que las reglas no tienen sentido alguno, son arbitrarias porque su intención es disciplinaria y no doctrinal. Éste es el punto de vista que comparten el helenista Aristeas y el médico medieval Maimónides (en los cuales este filón se cruza y mezcla con una interpretación médica) y más recientemente Epstein, Robertson Smith y Frazer. Douglas, pero, no las considera en modo alguno interpretaciones, sino perplejidades eruditas, desde el momento en que niegan significado a las reglas. Un segundo filón que reconoce en las reglas alegorías de las visicitudes y de los vicios, derivaría, según el Profesor Stein, de la temprana influencia alejandrina sobre el pensamiento judío y ha sido adoptado prontamente por la doctrina cristiana. En fin, un tercer enfoque tradicional, que igualmente se remontaría a Aristeas, es el criterio según el cual lo que se les prohíbe a los israelitas, se les prohíbe únicamente para protegerlos de la influencia extranjera. Para no asumir actos que figuraban en los ritos de sus vecinos paganos. Según Douglas toda interpretación que considere los “No harás” (leyes negativas) tal o cual cosa del Antiguo Testamento por separado y sin visión del conjunto está condenada al fracaso. Hay que comenzar por los mismos textos. Entonces, puesto que cada uno de los requerimientos va precedido por el mandato de ser santo, cada precepto, por lo tanto, debe explicarse por dicho mandato. Hace falta, en suma, una investigación cosmológica. Y para Douglas, en el Antiguo Testamento nos encontramos con que la bendición de Dios es el origen de todas las cosas, medio a través del cual se realiza su obra, la creación. Todas las cosas entrañadas con la vida del hombre, de la fecundidad de las mujeres a la prosperidad de los negocios se prometen como el resultado de la bendición y ésta se ha de obtener por el hecho de mantener un pacto con Dios y de observar todos sus preceptos y ceremonias. Y, como se comprueba en el Deuteronomio (XXVIII, 15-24), la consecuencias terribles para quien no sigue estos preceptos, positivos y negativos, se consideran reales y no meramente expresivas. Aún una vez, como en la “ruta de Muu” de los Cuna o en los gemelos-pajaros de los Nuer, nos encontramos, por lo tanto, con la concepción de un canal vivo y real que conecta el nivel simbólico de la existencia con el nivel material, concreto, de la vida de cada día. Volviendo al Levítico, aquí se prefiguraría una idea de santidad como orden en oposición a la confusión y sobre esta base, para Douglas, hay que interpretar las leyes acerca de los alimentos puros e impuros. Ser santo es estar entero, ser uno; la santidad es unidad, integridad, perfección del individuo y de la especie. Las reglas dietéticas sencillamente desarrollarían la metáfora de la santidad según las mismas líneas. En general el principio subyacente de la pureza en los animales consiste, según esta interpretación, en que se han de conformar plenamente con su especie. Son impuras aquellas especies que son miembros imperfectos de género, o cuyo mismo género disturba el esquema general del mundo. Cualquier clase de animales que no está equipada con el género correcto de locomoción en su propio elemento es contraria a la santidad. El Levítico, de hecho, adopta un esquema en que concede a cada elemento su género adecuado de vida animal: en el cielo, aves de dos patas que vuelan con sus alas; en el agua, peces escamosos que nadan con sus aletas; y sobre la tierra, animales de cuatro patas que brincan, saltan o caminan (y rumian). En suma, según esta interpretación, parecida a la “alegórica” pero con una visión más del conjunto, las leyes dietéticas serían semejantes a signos que a cada instante inspiraban la meditación acerca de la unidad, la pureza y perfección en Dios. En una visión parecida a la de los estoicos de una relación refleja entre el “microcosmo” del individuo y el “macrocosmo” del mundo exterior.
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