La riña de los gallos y la calma de los hombres


El texto de Cifford Geertz sobre la riña de gallos es, sin duda, uno de los más significativos y citados en la historia de la etnografía. Es el relato redondo y finísimo del momento de pasaje del etnógrafo; el momento en que “entra” en la sociedad que está estudiando y empieza a leer su cultura y a hacer su thick description. Tras haber exaltado el carácter típico de los balineses impregnado de indiferencia y la desconfianza inicial de él mismo y de su mujer junta al desaliento por sentirse invisibles delante de la mirada de esta gente; después estas sensaciones negativas debidas a la situación inicial Geertz nos cuenta como le se abrió la “puerta” de este pueblo de Bali. Todo ocurrió en manera imprevista y pienso “milagrosa” a los ojos de Geertz, después una redada de la policía durante una riña de gallos (actividad ilegal) en la plaza pública del pueblo. Geertz y su mujer, de conformidad con el que llama el bien establecido principio antropológico “Donde fueres haz lo que vieres” empezaron a escapar en lugar de presentar sus papeles de científicos extranjeros. Éste simple hecho fue terriblemente inclusivo a los ojos de los habitantes del pueblo que empezaron a verlos no como objetos ajenos sino como personas con que compartían algo de significativo; pero, sobretodo, empezaron a “verlos”.Geertz describe la aldea del día después como un “mundo completamente distinto” en que se encontraban literalmente “adentro”, aceptados. El resto del texto es dedicado a la “lectura” de la riña de gallos, algo mucho más profundo que un pasatiempo. Antes de nada, Geertz subraya como haya una identificación biológica de los varones con sus gallos y como el lenguaje de la moral cotidiana por el lado masculino esté acuñado con imágenes relacionadas con los gallos. Pero, la cosa que resulta más interesante es que al identificarse con su gallo, el varón de Bali se identifica no sólo con su yo ideal o con su pene, sino también y al mismo tiempo con aquello que más teme, odia y fascina, su parte “oscura” y animal: “las potencias de las tinieblas”. En la riña de gallos, por lo tanto, el hombre y la bestia, el bien y el mal, el yo y el ello, la fuerza creadora de la masculinidad excitada y la fuerza destructora de la animalidad desencadenada se fundarían en un sangriento drama de odio, crueldad, violencia y muerte. Geertz procede a la descripción detallada de las reglas del combate y del sistema de apuestas relacionadas con éste. Pero, precisa, en seguida, que lo que hace de la riña de gallos en Bali un juego profundo no es el dinero en sí mismo, sino lo que (y cuanto más dinero entra en juego tanto más intensamente es así) el dinero hace que ocurra: el desplazamiento de status en la jerarquía balinesa, desplazamiento proyectado en la riña de gallos. Aunque, como en un rito de inversión, realmente no cambia el status de nadie. De hecho, la riña de gallos sería como un “fuego que no quema”, porque activa las rivalidades y hostilidades de la aldea y de los grupos de parentesco, pero, en forma de “juego”. De modo que la agresión no puede llegar a estallar completamente en cuanto se trata “sólo de una riña de gallos”. Me parece, por lo tanto, que la riña de gallos tenga una función de válvula de desahogo en dos niveles: el nivel individual en que se “reconoce” la propia parte animal y el nivel social en que se ritualizan, bloqueándolos, los atritos grupales. En efecto, para Geertz, la verdadera explicación de esta actividad está en la relación simbólica que hay entre el enfrentamiento de gallos y la división social de status (que como hemos visto no cambian). Pero, lo que da importancia social a este fenómeno no es, para Geertz, como la sociología funcionalista pretende, el hecho de que la riña refuerce las distinciones de status, sino el hecho de que la riña suministra un comentario metasocial sobre toda la cuestión de clasificar a los seres humanos en rangos jerárquicos fijos y luego organizar la existencia ateniendo a esa clasificación. La función de la riña de gallos sería, en suma, interpretativa: es un cuento que ellos se cuentan sobre sí mismos; la emoción utilizada para fines cognitivos. Pero, Berger y Luckmann podrían leer este fenómeno como una objetivación de “segundo orden”, un proceso “educativo” tendido a legitimar, a reificar y a integrar los significados sobre los cuales se basa la orden social de Bali. Y en este sentido la distancia entre una visión funcionalista y una interpretativa me parece más reducida.

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