
Como la célula es la unidad básica de todo tejido nuevo, así el símbolo es la unidad de toda conducta humana. Éste, en pocas palabras, es el núcleo de la postura del neoevolucionista White (1949); una posición que se propone de formular y defender una diferencia fundamental entre la mente del hombre y la mente del no hombre, de otro tipo de animal. Esta diferencia, en suma, no sería de grado, como afirmaba Darwin, sino de clase. Esto a causa de la capacidad del hombre de utilizar los símbolos. Para demostrar la veracidad de su tesis White empieza de una definición de símbolo bastante rígida y restrictiva según la cual el significado, o valor de un símbolo no tiene en ningún caso origen o determinación en la forma física de propiedades intrínsecas. Es una concepción convencional del símbolo en sintonía con el pensamiento de Pierce y que en cambio, se contrapone a la definición de De Saussure de símbolo como tipo particular de signo que se caracteriza propio por el hecho de no ser completamente arbitrario sino motivado (por ejemplo, la balanza, observa De Saussure, es “motivadamente” símbolo de la justicia, en cuanto evoca el equilibrio, la equidad). El primer ejemplo que hace White es el de los colores afirmando que el color adecuado para el duelo puede ser amarillo, verde o cualquier otro. Puede ser que tenga razón en muchos casos, pero me queda la duda de que unos colores no evoquen determinadas emociones a según de las asociaciones que hacemos a través de la percepción (y no de una selección completamente arbitraria) con elementos del mundo natural: el azul del cielo, el amarillo del sol, el rojo de la sangre, el verde de los bosques, el negro de la noche. Pongo, en suma, en duda su definición de símbolo como algo que pueda ser captado únicamente por medios no sensoriales. Seguramente en algunos casos será así y quizás el problema verdadero es aún una vez un problema de definición. Sin embargo, me queda la impresión de que White busque de forzar el más posible la distancia entre el universo simbólico del hombre y el mundo de las percepciones (que en alguna manera podría cortar la distancia con los animales no simbólicos).
En efecto, que sea esencialmente un problema de definiciones, se ve en la distinción que hace White entre signo y símbolo. Además, él mismo se da cuenta de la confusión que pueden generar estas definiciones y clasificaciones, sobretodo por el hecho de que una cosa pueda ser un símbolo (en un contexto) y a la vez un signo (en otro contexto). El ejemplo más evidente sería el de las palabras, para el hombre, a la vez signos y símbolos; para un perro simplemente signos. La palabra, en efecto, se convertiría en un símbolo únicamente cuando se sepa la distinción que existe entre su significado y su forma física. El hombre, en suma, difiere del perro, y de todas las otras criaturas, en que puede desempeñar un papel activo, y así lo hace, en la determinación del valor que deberá tener el estímulo vocal, y el perro no puede hacer lo mismo. La diferencia principal entre la conducta del hombre y la de otros animales consistiría, entonces, en que los animales inferiores pueden recibir nuevos valores, pueden adquirir nuevos significados, pero no pueden crearlos o asignarlos. El razonamiento de White me parece, aún una vez, un poco forzado cuando invita a los anatomistas, a los neurólogos y a lo antropólogos físicos a buscar en el cerebro las causas del lenguaje simbólico. Presupone incluso una relación entre el tamaño del cerebro y el grado (o mejor dicho, la clase) diferente de inteligencia entre los primates simbólicos y los demás primates. Porque como el agua se transforma en vapor por efecto de cantidades adicionales de calor, así, puede ser que un crecimiento notable de tamaño ocurrido en el cerebro del hombre haya hecho aparecer una nueva clase de función. No digo que investigaciones en esta dirección no puedan llevar a algún tipo de resultado, pero, cuando en las grandes preguntas sobre el hombre se van a buscar las respuestas en centímetros, gramos o en reacciones químicas, temo siempre que se puedan confundir las causas con los efectos y al revés.
La afición de White hacia la materia se entreve también en el momento en que afirma que no obstante toda su cultura, el hombre sigue siendo un animal y pugna por lograr los mismos fines hacia los cuales se esfuerza por llegar toda otra criatura viviente. Es decir que la diferencia entre el hombre y los otros animales no estaría en los fines sino en los medios. Los medios del hombre, en efecto, son medios culturales que dependen de la facultad poseída solo por el hombre, de usar símbolos. Esta diferencia básica determina, para White, la diferencia entre la conducta del hombre y la de todas las otras criaturas. Pero, si el hombre como animal simbólico puede dar valor a las cosas, así como dice White, a diferencia de lo que puede hacer el perro, no entiendo como no pueda también definir sus propios fines saliendo de la lista de fines deterministicamente definidos por los instintos naturales. O sea, en este punto el hombre simbólico de White parece improvisamente volver a caer en el reino animal y los símbolos no parecen otra cosa que una estrategia adaptativa en la evolución del animal instintual hombre. Hay fines en el actuar humano que no me parece puedan ser incluidos en la conservación del individuo y en la perpetuación de la especie, que de toda manera desempeñan todavía un papel central en la acción humana. De hecho el mártir cristiano no se estaba interesando ni de su conservación ni de la de su especie en cuanto había una voluntad mayor de la suya a la cual se abandonaba completamente (icono de esta actitud es Abraham a punto de matar a su propia descendencia, su hijo Isaac). El martirio, como sabemos, se encuentra también en otras tradiciones religiosas como la islámica donde al fidâ î (aquél que ofrece su vida) y al shaihid (aquél que testimonia) es prometido el paraíso. Pero, aunque los símbolos religiosos representan más claramente unos horizontes que trascienden las necesidades corporales y los instintos naturales pienso que se pueden encontrar en el mundo simbólico del animal hombre otros ejemplos de fines alternativos a los dictados por los instintos animales. De hecho un alcohólico no tiene la fuerza de voluntad de poder reaccionar a su amada-esclavitud propio porque no siente fuerte los fines instintuales. Y no dudo que se alegraría mucho de tenerlos si eso significaría encontrar la fuerza de levantarse del sofá para ir a buscarse la comida (en sentido lato). Son los fines que determinan las acciones y si hay una cosa clara en el mundo simbólico del hombre es propio que estos fines no son más tan claros. Otro ejemplo de la debilidad de estos fines en el hombre es la política salvaje de explotación del medio ambiente que no me parece responder ni a la conservación de sí mismo (aunque a alguien, “ciego” y desafortunadamente desprovisto de instinto de supervivencia, le podría parecer), ni, sobretodo, a la perpetuación de su propia especie. Porque hay fetiches cargos de simbolización, que bien representa el anillo de Gollum en la famosa novela de Tolkien, que dominan los mismos fines por el conseguimiento de los cuales habían sido creado. Quiero decir que un coche, una casa, un amante, un trabajo, el dinero, la opinión de los otros, o lo que sea pueden convertirse, en el mundo simbólico del hombre, en algo mucho más importante de la propia conservación. En un fin que guía toda tu vida; y esto propio por la relativamente escasa presencia de instintos en el hombre y por la presencia de la facultad de utilizar (bien o mal) los símbolos. La pregunta que me deja abierta, pero, esta lectura es la siguiente: ¿es posible hablar de símbolos sin buscar de entender cual es el nivel de realidad abstracta pero concretamente presente de nuestro mundo que reflejan y en que surgen? ¿O tenemos que continuar a considerarlos sólo como un medio para comunicar entre nosotros, animales simbólicamente instintivos?
En efecto, que sea esencialmente un problema de definiciones, se ve en la distinción que hace White entre signo y símbolo. Además, él mismo se da cuenta de la confusión que pueden generar estas definiciones y clasificaciones, sobretodo por el hecho de que una cosa pueda ser un símbolo (en un contexto) y a la vez un signo (en otro contexto). El ejemplo más evidente sería el de las palabras, para el hombre, a la vez signos y símbolos; para un perro simplemente signos. La palabra, en efecto, se convertiría en un símbolo únicamente cuando se sepa la distinción que existe entre su significado y su forma física. El hombre, en suma, difiere del perro, y de todas las otras criaturas, en que puede desempeñar un papel activo, y así lo hace, en la determinación del valor que deberá tener el estímulo vocal, y el perro no puede hacer lo mismo. La diferencia principal entre la conducta del hombre y la de otros animales consistiría, entonces, en que los animales inferiores pueden recibir nuevos valores, pueden adquirir nuevos significados, pero no pueden crearlos o asignarlos. El razonamiento de White me parece, aún una vez, un poco forzado cuando invita a los anatomistas, a los neurólogos y a lo antropólogos físicos a buscar en el cerebro las causas del lenguaje simbólico. Presupone incluso una relación entre el tamaño del cerebro y el grado (o mejor dicho, la clase) diferente de inteligencia entre los primates simbólicos y los demás primates. Porque como el agua se transforma en vapor por efecto de cantidades adicionales de calor, así, puede ser que un crecimiento notable de tamaño ocurrido en el cerebro del hombre haya hecho aparecer una nueva clase de función. No digo que investigaciones en esta dirección no puedan llevar a algún tipo de resultado, pero, cuando en las grandes preguntas sobre el hombre se van a buscar las respuestas en centímetros, gramos o en reacciones químicas, temo siempre que se puedan confundir las causas con los efectos y al revés.
La afición de White hacia la materia se entreve también en el momento en que afirma que no obstante toda su cultura, el hombre sigue siendo un animal y pugna por lograr los mismos fines hacia los cuales se esfuerza por llegar toda otra criatura viviente. Es decir que la diferencia entre el hombre y los otros animales no estaría en los fines sino en los medios. Los medios del hombre, en efecto, son medios culturales que dependen de la facultad poseída solo por el hombre, de usar símbolos. Esta diferencia básica determina, para White, la diferencia entre la conducta del hombre y la de todas las otras criaturas. Pero, si el hombre como animal simbólico puede dar valor a las cosas, así como dice White, a diferencia de lo que puede hacer el perro, no entiendo como no pueda también definir sus propios fines saliendo de la lista de fines deterministicamente definidos por los instintos naturales. O sea, en este punto el hombre simbólico de White parece improvisamente volver a caer en el reino animal y los símbolos no parecen otra cosa que una estrategia adaptativa en la evolución del animal instintual hombre. Hay fines en el actuar humano que no me parece puedan ser incluidos en la conservación del individuo y en la perpetuación de la especie, que de toda manera desempeñan todavía un papel central en la acción humana. De hecho el mártir cristiano no se estaba interesando ni de su conservación ni de la de su especie en cuanto había una voluntad mayor de la suya a la cual se abandonaba completamente (icono de esta actitud es Abraham a punto de matar a su propia descendencia, su hijo Isaac). El martirio, como sabemos, se encuentra también en otras tradiciones religiosas como la islámica donde al fidâ î (aquél que ofrece su vida) y al shaihid (aquél que testimonia) es prometido el paraíso. Pero, aunque los símbolos religiosos representan más claramente unos horizontes que trascienden las necesidades corporales y los instintos naturales pienso que se pueden encontrar en el mundo simbólico del animal hombre otros ejemplos de fines alternativos a los dictados por los instintos animales. De hecho un alcohólico no tiene la fuerza de voluntad de poder reaccionar a su amada-esclavitud propio porque no siente fuerte los fines instintuales. Y no dudo que se alegraría mucho de tenerlos si eso significaría encontrar la fuerza de levantarse del sofá para ir a buscarse la comida (en sentido lato). Son los fines que determinan las acciones y si hay una cosa clara en el mundo simbólico del hombre es propio que estos fines no son más tan claros. Otro ejemplo de la debilidad de estos fines en el hombre es la política salvaje de explotación del medio ambiente que no me parece responder ni a la conservación de sí mismo (aunque a alguien, “ciego” y desafortunadamente desprovisto de instinto de supervivencia, le podría parecer), ni, sobretodo, a la perpetuación de su propia especie. Porque hay fetiches cargos de simbolización, que bien representa el anillo de Gollum en la famosa novela de Tolkien, que dominan los mismos fines por el conseguimiento de los cuales habían sido creado. Quiero decir que un coche, una casa, un amante, un trabajo, el dinero, la opinión de los otros, o lo que sea pueden convertirse, en el mundo simbólico del hombre, en algo mucho más importante de la propia conservación. En un fin que guía toda tu vida; y esto propio por la relativamente escasa presencia de instintos en el hombre y por la presencia de la facultad de utilizar (bien o mal) los símbolos. La pregunta que me deja abierta, pero, esta lectura es la siguiente: ¿es posible hablar de símbolos sin buscar de entender cual es el nivel de realidad abstracta pero concretamente presente de nuestro mundo que reflejan y en que surgen? ¿O tenemos que continuar a considerarlos sólo como un medio para comunicar entre nosotros, animales simbólicamente instintivos?
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